La persona podrá expresar, con la profundidad que desee, aquello que está generando malestar o dificultad. Puede tratarse de situaciones individuales, de pareja o familiares, eventos recientes o problemáticas sostenidas en el tiempo. 

Durante esta primera etapa se comienza a indagar sobre los aspectos más relevantes de la vida de la persona: historia personal, vínculos, ámbitos de desarrollo (laboral, familiar, social), y cómo estos se relacionan con el motivo de consulta.

Se acuerdan los objetivos terapéuticos preliminares, y se establecen pautas claras: frecuencia y duración de los encuentros, modalidad de trabajo y honorarios. Esto ayuda a dar un marco y una dirección al proceso.

En conjunto se empiezan a construir posibles explicaciones acerca del origen y mantenimiento del malestar, abriendo el camino para pensar estrategias de abordaje ajustadas a la situación y a las necesidades particulares de la persona.

Es frecuente experimentar cierta ansiedad, incomodidad o inseguridad al inicio del proceso terapéutico. No es necesario compartir todo desde el primer momento. Respetamos el tiempo subjetivo de cada persona para abrirse, y confiamos en que, a medida que se fortalece el vínculo, el espacio se vuelve más seguro, facilitando la expresión y el trabajo en profundidad.